Seleccionar página

Cada vez más la lectura es para mí el pasar un buen rato cada día con gente a la que considero amiga, aunque hayan muerto hace siglos o vivan lejos de mi lugar de residencia.

En este sentido mi egoísmo es feroz, porque a esos amigos yo no les aporto nada, al margen de mi atención, lo que no es poco sin duda. Y no sólo eso sino que les soy infiel de forma permanente.

Puedo pasar una tarde (mi momento del día preferido para leer) con uno de ellos, con dos, tres o los que sean. En otras ocasiones paso semanas con sólo uno de ellos, el que ha conseguido enamorarme sin remisión. Pero seguro que también lo abandonaré una temporada, corta o larga,

Por eso cada vez me interesan más sus cosas personales (diarios, cartas, biografías, notas, apuntes, etc.) y menos sus fantasías, sus invenciones, sus imaginaciones. Es por ello que ya, desde hace décadas, soy incapaz de leer la mayoría de las novelas.

Mi último intento con la ficción ha sido con una novela de Lydia Davis (autora de la que aprecio sus textos breves) titulada El final de la historia. He conseguido llegar a la página 88 (de 240) antes de abandonar. Todo un éxito.

Sumergirme a continuación en las páginas de los últimos diarios de Paul Morand ha sido como un baño en el mar en pleno bochorno agosteño.