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Tengo la cabeza algo espesa y casi me apetece más dar un paseo y aprovechar este aire seco tan vitalizante, que entrar a ver una exposición, por muy buena que sea, que lo es. Pero la exposición concluye mañana y no deseo quedarme sin verla. No hay tantas exposiciones de calidad como permitirme el lujo de prescindir de alguna de ellas, si está en mi mano, y no tengo que viajar para verla. Así que entro.

Mi ánimo está hoy de lo más selectivo. Ojalá fuera lo habitual y no me dejara llevar siempre por mis impulsos, algo que, inexorablemente, me conduce a una considerable saturación mental. Hoy es diferente. Una deliciosa apatía se ha apoderado de mí y me dejo llevar por ella como si fuera un crío que se mueve al capricho del momento.

Me he detenido un rato ante el retrato del abate Cesar Alejandro Scaglia di Berrua (1634), de Anton Van Dyck. Pese a tratarse de un esbozo, es un retrato impresionante, cargado de carácter y elegancia. Incluso demasiado impresionante.

El hombre del retrato, cuyo rostro refleja una inteligencia y una astucia considerables, fue un clérigo, aristócrata y diplomático del siglo 17. También fue embajador de la corona española (Felipe IV) en Londres. Luego se dedicó al espionaje. Era de temer. Esto último le condujo a un retiro forzoso en Bruselas y Amberes, ciudades flamencas de soberanía española.

Antes de seguir con él me desplazo ligeramente para contemplar a una atractiva dama de mirada serena aunque algo melancólica. Ambos personajes, por la fecha de ejecución debían ser contemporáneos. Este lienzo es de un Juan Antonio Van Ravesteyn, holandés, especializado en retratos de la alta burguesía, clase a la que pertenecería, seguramente, esta misma mujer.

Ultimamente, cuando veo algunos retratos –por lo general de gentes atractivas–, me vienen a la cabeza pensamientos del tipo: hace ya 500 años que esta mujer está muerta. Qué hubiera pensado ella si supiera que, después de cinco siglos, un tipo como yo, que nada tiene que ver con ella, que no comparte nada con ella, y menos aún su clase social y su forma de vida, la está admirando como si aún estuviera viva. No deja de ser una forma de perdurar.

Había más cosas interesantes en la exposición, sobre todo algunos paisajes de la primera época de los paisajes, es decir, a principios del siglo 17, en Holanda. Me ha llamado la atención el hecho de que, a pesar de la calidad de muchos de ellos, los artistas aún no prestaban atención a los cielos. es decir, a las nubes, a las maravillosas nubes que dijo Baudelaire en su célebre poema en prosa.

Pero afuera luce el sol, y no voy a renunciar a mi paseo en esta hermosa mañana veraniega, así que abrevio y me despido del abate y de la atractiva aristócrata.